
COMO ES EL PROGRAMA DEL CLUB DE NIÑOS...?
El “club de niños” en el contexto de la iglesia es un programa o ministerio infantil que busca enseñar valores cristianos, la Biblia y la fe de Jesús a los niños de manera divertida y dinámica, a menudo a través de juegos, actividades recreativas, cantos y enseñanzas bíblicas adaptadas a su edad. Su objetivo es formar a los niños en principios de fe y comunidad.
Los niños participan a partir de los 3 hasta los 11 años. Nos reunimos todos los sábados desde las 14:30 Hs
Características y Actividades Comunes:
Enseñanza de la Palabra de Dios: Se utilizan métodos como juegos bíblicos, charadas, etc para enseñar las historias y conceptos de la Biblia.
Actividades Recreativas: Se realizan juegos, cantos, manualidades y actividades físicas para mantener a los niños entretenidos, conectados con el grupo y aprender sobre la Palabra de Dios.
Desarrollo de Valores: Se busca formar niños nobles, felices y con un crecimiento en su fe, amor por Jesús y habilidades sociales.
Comunidad y Relaciones: Se crean espacios para que los niños hagan amigos, fortalezcan lazos y se sientan parte de una gran familia.
Propósitos Principales:
Evangelización: Compartir el amor de Jesús y el Evangelio con los niños.
Formación en la Fe: Edificar la fe de los niños y desafiarlos a vivir una vida en Cristo.
Apoyo Familiar: Complementar la educación y socialización que los niños reciben en casa y en la escuela.
Es importante tener una visión clara de todo ministerio de la iglesia local. Muchas iglesias se ven sumergidas en un mar de actividades sin saber bien a dónde se dirigen, porque no se han detenido a considerar si están cumpliendo o no con la comisión que Jesús nos encargó (Mt 28:18-20).
Es fácil olvidarse de la visión en los ministerios que trabajan con menores de edad (sala de cunas, escuela dominical, grupo de adolescentes, etc.). Semana tras semana tenemos que preparar la lección, las actividades recreativas, la música, las manualidades… ¡Parece que no hay tiempo! Podrías pensar: «Este domingo me van a entregar veinte niños durante una hora; no tengo tiempo para sentarme a pensar cuál es mi visión integral de este ministerio. ¡Tengo una clase por preparar!».
Sin embargo, es necesario apartar tiempo y espacio para meditar en la visión y los objetivos a los que apuntan. Puede parecer poco práctico en medio de las tareas urgentes, pero rinde muchos frutos.
Por ejemplo, en nuestra iglesia local entendemos que la gran comisión de Jesús incluye la responsabilidad de pasar la fe a la siguiente generación de nuestra congregación. Con esa convicción, la visión para todos nuestros ministerios con niños y adolescentes se enfoca en desarrollar miembros maduros de la iglesia local.
Tener esta claridad nos ha permitido abordar desafíos e interrogantes comunes en el ministerio.
¿Los niños pueden participar en la reunión principal de la iglesia?
Con el argumento de que debemos tener un espacio separado de la reunión principal para poder hablar y enseñar a los niños «en su idioma» y adaptado a su nivel de desarrollo, se empezó a hacer en muchos lugares lo que llamamos: «Club de niños».
Las estadísticas demuestran que el uso de este método no mejoró la transición de los niños a la reunión de adultos, como se esperaba, sino que la convirtió en un desafió mayor. Pero lo más importante no es lo que dicen los datos, sino lo que enseña la Palabra de Dios.



La vida cristiana está pensada para ser vivida en comunidad y esta dinámica de subdivisiones no encaja en los principios bíblicos, los cuales atribuyen gran importancia a la iglesia local en el crecimiento y la madurez de los creyentes de todas las edades.
En el caso de los niños, no es bueno que tengan un servicio dedicado a ellos por tiempos prolongados, porque los separa de la vida congregacional y puede fomentar la idea errada de que ellos son el «centro de la reunión».
En la Biblia encontramos varios ejemplos de asambleas donde participaron niños de todas las edades. Antes de entrar a la tierra prometida, Dios ordenó que todo el pueblo debía reunirse a adorarle en el lugar que Él escogiera, incluido los hijos e hijas (Dt 12:12; cp. 31:12). En el Nuevo Testamento, varias cartas asumen que habrá niños e hijos escuchando cuando se lea el mensaje ante toda la congregación (Ef 6:1-2; Col 3:20).
Entonces, si queremos desarrollar miembros maduros de la iglesia local, es necesario que los niños se añadan a la reunión principal cuanto antes. En nuestra iglesia, esto sucede alrededor de los siete años, aunque se decide en consenso con los padres. Para ayudar a este paso, trabajamos para que el programa para niños los «entrene» para integrarse a la reunión general lo más pronto posible.
Lo que buscamos es entrenar a los menores de edad en los elementos que forman parte del programa de la reunión general. Entonces, la reunión simultánea para niños no debería diferenciarse demasiado de esta. Si en la reunión general oramos, cantamos y enseñamos la Palabra, en la reunión de niños deberíamos cantar, orar y enseñar la Palabra también.
No estoy diciendo que esto es lo único que se puede hacer. Probablemente, por el nivel de desarrollo de los niños, habrá tiempo para hacer actividades que pueden fortalecer el aprendizaje, las relaciones interpersonales y el sentido de pertenencia a la comunidad, como, por ejemplo, manualidades o dinámicas recreativas.
No obstante, si queremos que los niños pronto puedan estar escuchando al predicador hablar por unos cuarenta minutos o más, lo mejor es entrenarlos en su clase al escuchar un orador por diez o quince minutos, dependiendo de la edad.
Tampoco es de ayuda para este fin que quien enseñe la lección sea una marioneta o títere, aunque para algunas ocasiones puede ser útil. Sin embargo, repito, la reunión para niños debe prepararlos para formar parte de la reunión general; entonces, el programa regular de los niños deben incluir cantar, orar y escuchar a un orador explicar la Biblia.
Vuelvo a aclarar que estoy hablando de lo que sucede en una reunión para niños en simultáneo al culto dominical. Para otros ministerios, como una escuela bíblica o «una hora feliz», se puede ser un poco más flexible con los elementos del programa. Aun así, los animaría a trabajar con el mismo propósito de desarrollar miembros maduros de la iglesia local.
En nuestra congregación, las personas que han entendido el evangelio, dan profesión de su fe y se bautizan, se hacen miembros. Entonces, si bautizamos a alguien de diez o dieciséis años (lo cual hemos hecho), este se convierte en un miembro y puede cumplir con los deberes básicos y fundamentales de este rol.
Algo básico que se espera de un miembro de la iglesia es que participe del servicio a sus hermanos. Por supuesto, tendremos que encontrar áreas apropiadas para que un niño o adolescente practique este servicio. Algunas veces, esto significa ser creativos con las tareas y los roles que les encomendamos.
Sin embargo, no debemos subestimar sus capacidades. Si han puesto su fe en Jesús, tienen el requisito básico y el factor más importante para servir y cumplir su llamado: el Espíritu Santo (1 Co 12:7).
Cuando ideamos sistemas y programas donde creyentes —que han sido ungidos con el Espíritu Santo— pueden asistir a la iglesia por años sin servir en ningún ministerio, algo está mal en nuestro sistema. Dios ha dado Su Espíritu a todos los que creen en Él, y uno de Sus propósitos primarios es que puedan edificar al cuerpo, no importando si el creyente tiene diez, trece o treinta años.
Tratamos de demostrar que tener una visión clara para los ministerios que trabajan con menores de edad nos ayuda a enfrentar dudas y desafíos que pueden surgir.
Para terminar, quisiera hacer una pregunta: ¿Hemos cumplido con el llamado a pasar la fe a la siguiente generación si les enseñamos el evangelio, pero no la importancia de pertenecer a una iglesia local? Dudo mucho de que la siguiente generación de creyentes pueda ser un testimonio de Cristo al mundo si no entiende la importancia de la vida en comunidad.
Por eso, estoy convencido de que los ministerios con menores de edad deben entrenar a los niños y adolescentes en la fe bíblica de manera integral, lo que incluye la importancia de ser parte de una comunidad local de creyentes. Si nuestra visión es desarrollar no solo creyentes sino miembros, entonces podremos tomar mejores decisiones en pos de cumplir nuestro llamado de pasar la fe a la siguiente generación.







